lunes, 4 de mayo de 2009

El fùtbol: ¿es cosa de hombres?


Movilizado por la innecesaria, inexperta y malintencionada mención-homenaje con la que el Sr. Quiroga se refirió a la conducta sexual de mi persona y la del Dr. Saxo en su último artículo-crítica, decidí escribir este pequeño artículo-reflexión con el que intento llamar la atención sobre el controversial y alarmante avance que la homosexualidad está tejiendo con paciencia y pasos claros sobre el mundo del fútbol, ante el cuál, amigo Quiroga, usted no es inmune ni está exento.

Lejos están los tiempos enaltecidos por las figuras gallardas y masculinas que aparecían en las canchas cada domingo y sin manguera dispuestos a dejar todo en nombre del fútbol, pero por sobre todo, en nombre de la masculinidad que representaban con orgullo y pasión.
¿Quién no tiene presente la imagen decolorada de aquellos jugadores de principio del siglo pasado con sus cabellos enduídos en Lord Cheseling, con sus prolijos bigotes lápiz recorriendo y remarcando el labio superior como un llamado sobrio y animal a la hembra deseosa del varonil beso con olor a cigarrillo sin filtro y a vino servido en pingüino? Aquéllos eran jugadores, los que se presentaban a la cancha con la misma pulcritud con la que hubiesen ido a pedir un crédito para la vivienda en un banco. Tipos elegantes de miradas penetrantes que se revoleaban por el aire a patada limpia sin quejas ni canilleras y, a veces, sin pasto que amortiguase su caída. Tipos que, después de cagarlos bien a patadas, se levantaban y acomodaban el mechón que se desplegaba por su frente con una prolijidad tal que podían tomar la comunión al costado de la cancha. Y todo eso sin perder el porte de varón, las venias de caballero y la sonrisa compradora que hacía suspirar a madres e hijas.

¿En qué se ha convertido el fútbol? Cuando el filósofo-gambeteador de multitudes y bobazos dijo que la pelota no se mancha, ¿estaba tomando el rouge y el rimel como sustancias “no permitidas”? No es necesario ser ningún tipo de genio para darse cuenta del avance de un nuevo fútbol, mucho más delicado que el que nos dejaron nuestros antecesores como legado y que nosotros nos pasamos elegantemente por el culo (no se tome esto como causa ni principio).

Las marcas deportivas no ayudan. Bajo el pretexto de ayudar al futbolista a tener un mayor rendimiento lo ha provisto en los últimos 40 años de todo tipo de artilugios e indumentarias que lo han amariconado en demasía (las marcas de tintura para el pelo también). Los próceres del balompié empapaban sus camisetas de algodón con un hedor que encontraba su pico máximo de masculinidad en el vestuario, al terminar el encuentro, cuando se juntaban los que habían jugado con los que estaban en el banco, todos transpirados y malolientes por igual. Hasta podríamos hacer una parada intermedia en aquellas camisetas de nylon que emanaban un olor nauseabundo con la sola proximidad de un ser humano a menos de un metro de ellas (multiplicando su alcance por mil en cuento era puesta). Un hecho a destacar; ni siquiera se cambiaban la camiseta entre tiempos con lo que era muy de macho bancarse ese tufo todo el entretiempo a puerta cerrada ante los gritos de un entrenador mientras todos se fumaban un puchito para cambiar el aire.

Cada mundial presentó un avance (¿o debería decir retroceso?) en el camino inevitable de la pérdida de la masculinidad del jugador de fútbol mientras la publicidad insiste en mostrarlos como súper héroes hábiles y aguerridos que pueden partir el mundo en dos mitades perfectas de un chumbazo, haciéndolo temblar como si de la ira de dios se tratase.
En el ´78 las camisetas ceñidas y el peligroso e incipiente acortamiento de los pantalones eran una señal inequívoca, comprobada 4 años más tarde en el ´82 con esos diminutos pantaloncillos apretaditos similares a los que usaban las bailarinas de los años 30 y 40 con los que al menos dos generaciones se habían masturbado hasta pelarse las manos. Jugadores de pelo largo, patillas y mostachos, tan a la moda en los 70 y primeras mareas de los 80, mostraban una transición sin retorno. El hombre era hombre aunque no ya no se vistiese como tal. Aguerrido, noble, de pierna levantada y protesta medida al referí. Hombres que marcaban por presencia, que te depilaban media pierna de una sola patada y te extendían la mano amablemente en franca señal de disculpas las que eran aceptadas una vez que terminaban de coserlo. ¿Quién no recuerda a Cruiff juagador increíble de gabetas y piques con las medias arremangadas casi dejando ver los tobillos? ¿Quién puede olvidar la imagen de Beckenbauer jugando la final de la copa del mundo del ´74 con la clavícula rota?
Por suerte los pantalones volvieron a ser pantalones y no bombachones de laycra que mandaban por presión cada testículo a un extremo del meridiano inflexible de la costura. Pero todo avance tiene un retroceso mayor y así, llegaron las calzas. ¿Hay algo menos futbolístico y masculino que una calza? Según la universidad Alemana de Leberbuch Et Otto-Oort, la calza alteró el comportamiento del jugador teniendo una caprichosa e incierta incidencia clara y definitiva en la actitud del jugador de fútbol de tirarse al más mínimo roce con el rival. Este dato fue cruzado por eruditos en la materia de la Universidad de Reeverside en Oklacoga del Este, con otro que marcaba un incremento llamativo de participación de jugadores de fútbol en clases de teatro, improvisación y expresión corporal. La cosa había pasado del “y yo me tiro” al “mirá lo que me hizo” con lágrimas impostadas corriendo por las mejillas. Un dato más, a partir del ´90 (fecha de defunción del sagrado deporte que nos compete) dos profesores, uno de literatura y otro de música, de la escuela número 2 de Pacheco, percibieron que todo estaba perdido cuando vieron a varios jugadores arreglándose las mechas en la pantalla gigante del estadio al pararse el partido después de la caída estrepitosa de un jugador por la supuesta falta de un rival (la clave la descubrieron en el que estaba caído).
Las imágenes de Michel acomodándole el frutero a Valderrama recorrieron el mundo como ejemplo de cómo había que marcar a un jugador en un córner. Al menos no lo miraba lo que, definitivamente, atenuó su acción y disipó las sospechas de que se la comía doblada pegándole con tres dedos cara externa.
La televisión no ayudó a reflotar la perdida masculinidad del jugador. Hombres con cara de Mastín cayendo por un delicado roce del rival como si les hubiesen disparado un bazooka en la cara, toqueteos de todo tipo en el área, agarradas de camiseta, de brazos, de muslos, manoteos locos de gente que ha perdido el rumbo y la moral que todo macho debe tener. Riquelme comiéndose estoicamente un dedo en el ano de un rival durante más de 20” mientras seguía amasando la pelota, ¿no es más sospechosa que la actitud del rival partiendo a los vestuarios oliéndose el dedo?

Ocampo no es la excepción. Lejos está de convertirse en el bastión clandestino, el búnker donde el fútbol se repliega y reencuentra con la masculinidad perdida para iniciar una reconquista inapelable a manos de una revolución descarnada.

Entiendo que el mundo de fútbol está bajo sospecha (y eso que no vieron las fotos de Alonso haciéndose apuñalar el macaco por Housseman en el jacuzzi) y es por ello que unos señalan a otros mandándolos a la hoguera en nombre de la masculinidad.
¿Es de hombres vivir obsesionado con el nivel de dilatación anal del Dr Saxo y el mío? Sr. Quiroga, yo no entiendo mucho de esto pero imaginar a dos compañeros suyos fornicando es algo que debe hablar en forma urgente con un profesional sobre todo si imagina al Dr. Saxo detrás de mí. ¿Es de hombres querer cambiar de equipo a los 5 minutos porque te están rompiendo el culo, perdón, pintando la cara? ¿Es de hombres calesitear insistentemente y en forma horizontal con la pelota incitando la lujuria de los compañeros rivales? ¿Es de hombres revolcarse como hombre en llamas por toquecitos irrelevantes? ¿es de hombres quedarse en casa sosteniendole la lana a la mujer mientras hace punto cuando podría estar transpirando la camiseta? ¿Es de hombres pedir permiso en casa para ir a jugar? ¿Es de hombres revolear la pelota para después llevarse la mano a la boca tentado? ¿Es de hombres sacarse la camiseta y jugar todo un partido mostrando el abdomen y los pectorales que nunca tendremos? ¿Es de hombres salir a la mitad de la cancha a atajar con las manos?

Amigos, el fútbol como estandarte de lo masculino es, más que un estandarte, un trapo viejo con el que nos secamos las lágrimas de lo que nunca seremos, algo digno de aquellos próceres del balompié que salían domingo a domingo a intentar dominar una pelota de cuero crudo cosida por un carnicero en un potrero después de haberse bajado una botella de vino y 3 platos de puchero.

Dios nos coja confesados.


PD: Puto el que lee.

Desde la redacción de Olé-me-el-orto
Charly Moreno