lunes, 2 de junio de 2014

S.O.S.



Aunque ya sabes que nunca se vuelve,
vuelve a casa
Alberto Szpunberg



            El señor Sergio es intuitivo y sugería, semanas atrás, que don George dejara una ambulancia del SAME a disposición de los muchachos.

            La ocasión de esta noche le ha dado la razón.

            Pero vayamos parte por parte.

            La primera es una tarjeta anaranjada al señor Nando por no presentarse sin aviso previo. Eso no se hace. A no ser que su anotación jamás haya existido, o bien haya sido una broma al paso. ¡Y va para todos!

            El tema es que contamos con 11 hombres con su Overall dispuestos a poner el pecho a la bala. Y la bala se fue encargando de 3 muchachos.

            Primero un 5-6 con la presencia estelar de nuestro Charly Baigorri en un arco.
            El Nono en el otro lado.

            Lindo doparti de…8 minutos. ¿Qué? Lo que escucharon Pastichotis. Apenas 8 minutitos de equilibrado esquema cuando uno de los menos pensados, don Félix, se resintió un tobillo y a duras penas pudo retirarse de la gramilla de Ocampo. A reorganizar escuadras. Armamos un desequilibrado 5-5, olvidando al hombre que se retiraba. A los 2 minutos iniciamos un tercer cotejo cambiando a Ariel por Javier. Pintaba lindo nuevamente. Muy equilibrado. Palo y palo de un lado y del otro. Rodrigo, que fue de mayor a menor, iluminado. Bien parados los goleros y muy atento el conocido Ariel. Unos cultores del tiki-tiki, otros aprovechando el vigor de sus contraataques.

            Cuando Ariel puso el gol de ventaja, el golero rojo no se levantó. Quedó desparramado en el suelo. ¡Zás! Nuestro Baigorri quedó tendido y se nos fue a los 20 minutos de juego el segundo hombre. Fue un tirón o un desgarro. A joderse.

            Nueva reorganización.

            Y ya empezamos el cuarto cotejo.

            Cambio de figuritas y un equipo fuerte con Nono, Sergio, Javier y Rodrigo.

            Los 5 fantásticos con Pedro, Fabián, Ariel, Julián y Maxi.

            Destacamos varias paredes entre Rodri y el Nono (arquero jugador), Ariel-Julián y Sergio- Javier.
            Numerosos goles y ataques constantes. Lo extraño es que los disminuidos sacaron tajada de 4 goles cuando y, cuando quedaban 3 minutos para la chicharra, no se puede creer, Fabián y Javier trabaron el balón y el tobillo de Fabián dijo basta para mí. ¡NOOOOO!

            ¿Y ahora?

            Quedaron 8 sanos y siguieron como estaban por pedido de Ariel para no seguir cambiando equipos.
            Se vino el quinto cotejo y lo inaudito es que el mismo equipo con 5 pasó a jugar sin el hincha del globito, y sacaron tajada de 3 goles en esos 3 minutos cuando sonó la chicharra de don George.

            El cronista no recuerda la salida de 3 jugadores en un solo partido.

            Inaudito.

            Ante todo, esperemos que Félix, Baigorri y Fabián se recuperen pronto.

            El vejete intuitivo dijo al ingresar a la cancha que hagamos todos movimientos precompetitivos. El zorro sabe.

            Ya cansado, el cronista hará grupos con igual calificación y sanseacabó.

            Con 7, 50 Ariel, Rodri (¡hay que largarla antes, pibe!), Nono, Baigorri.

            Con 7 Maxi, Fabián, Javier, Sergio, Julián
.
            Con 6, 70 a Pedrito. ¿Qué hacía en el arco cuando salía? Recibió un par de goles de biógrafo.

            A Félix lo dejamos descansar por los escasos minutos en juego.
           
            Recomendaciones semanales:

            Film: “Un pasado imborrable”, de Jonathan Teplitzky.

            Libro: “Cuando todo calla” de Hugo Mujica.

            Música: “Los últimos cuartetos de cuerda” de Beethoven.

            Un fuerte abrazo otoñal para cada uno.

            Autor: Nono.






domingo, 25 de mayo de 2014

"El corazón rojo (y blanco)."



A mi viejo, que sembró en mi corazón la semilla indescriptible de la pasión atlética.

“Es bueno saber que de vez en cuando aparece un David y vuelve a tumbar a un Goliat”, le escribía en un whatsapp hace unos días a un amigo (o tal vez era mi hermano, no lo recuerdo con precisión). Lo escribí bajo los efluvios de una pasión afiebrada, embriagado por la inconmensurable conquista del título de Campeón de la Liga de España (La BBVA que le dicen) por parte del Atlético de Madrid (de aquí en adelante, “El Aleti”).

Antes que nada quiero decir que mi nombre no es importante. Tampoco mi edad o cualquier otro dato. Solo voy a decir que en lo profundo de mi pecho chapotea empantanado un corazón Rojiblanco. Y es bueno aclararlo porque nada de lo que lean es objetivo. Todo está cargado de una subjetividad repugnante y teñido por los tonos de una enorme bandera roja y blanca que se descuelga desde el cielo hasta el centro del alma de la tierra.

Ganamos la Liga. Pero mi corazón rojiblanco de enano gigante prefiere pensar que la robamos. Se la robamos a los de siempre. Se la arrebatamos de las manos al imperio monopólico de la inmoral danza de los millones con los que se compran centímetros de entrepierna. Nosotros, “los Indios” como nos llaman en claro tono discriminatorio con resabios de virreinato, aparecimos en escena en medio de la aburrida pulseada de los dos Goliats de siempre: el Barcelona y el Real Madrid. Se la robamos ante la mirada atónita de ambos y del mundo. Lo hicimos como héroes angustiosos a los que no les sobra nada, con el alma, y pegándole a la pelota con la uña del pie (principalmente para despejarla). Se la Robamos al enemigo de siempre –el Madrid– que nos soplaba la nuca y jugándonos La Liga a un solo partido cargado de mediocridad y heroísmo en una final impensada contra el Barça.

Ganamos o robamos (a fin de cuentas me da igual) con un equipo modesto, sin demasiado vuelo futbolístico, con disciplina, construyendo fortalezas allí donde otros solo ven sus debilidades. Nadie pensó que se podía soñar. Ni siquiera nosotros mismos, los hinchas, optimistas crónicos y amantes incondicionales. Soñar con un título era algo no permitido para el mundo que se desparramaba afuera de las murallas del castillo de los hijos del poder, de los titiriteros del destino, de los hijos de Blatter. Pero hubo un día, un domingo, una fecha, una tarde, en la que sentimos que si no soñábamos muy fuerte, podíamos imaginar la gloria a escondidas y cómo sería el tacto del metal de una nueva copa resistida en el tiempo. Nunca pensamos que podíamos hacernos realmente con algo que solo podíamos mirar aplastando la nariz contra el vidrio.

Ganamos la Liga. Mi corazón Atlético saltó de alegría encerrado en un pecho demasiado pequeño para la felicidad de un orgullo renovado que miraba las caras que ponen los de siempre cuando no se llevan nada.

Y la felicidad podía ser aún mayor si, además, lográbamos poner en nuestras vitrinas la reluciente copa de la Champions League, ésa que te dice que entraste en un nuevo estrato, ésa que reconoce tu grandeza más allá del horizonte, ésa que te convierte en el rey de europa por un año (o para toda la vida según el entusiasmo con que se mire). Una copa inalcanzable, que pasa por nuestro fixture rojiblanco como el cometa Halley cada “nosécuantos” años y la vemos pasar como un tren sin estación.

Y estuvimos a esto de lograrlo. Y cuando digo esto, mi pulgar e índice señalan un espacio por el que apenas podría pasar un rayo de luz. Estuvimos a dos minutos de lograrlo (dos minutos envenenados de tiempo adicional). Estuvimos a dos minutos de lanzar una segunda piedra y escuchar el estruendo de otro Goliat golpeando sus huesos contra el suelo. Pero no, esta vez no pasó. No pudimos. El maleficio se hizo presente una vez más. Ahí estaba yo, en el área con los 11 jugadores del Aleti, sacando pelotas con lo que se pudiese, alejando de mi cabeza los malos presagios que se condensaban en cada avance Blanco: cada vez más cerca, cada vez más intenso, sin ideas, luchando contra un enjambre de piernas rojiblancas cada vez más lentas, más cansadas, más torpes. Y esta vez los de siempre lograron lo de siempre y David se quedó mirando desolado como Goliat se ponía en pié y se sacudía el manchón de tierra del lugar en donde la piedra hizo impacto, y se le llenaban los ojos de venganza.

Podría preguntar desde el dolor de mi corazón rojiblanco cuánto se paga en el mercado negro el minuto adicional. Pero no sirve de nada porque igual hay que meterla en el arco en esos minutos donde todo es angustia y presión, y hasta donde me dieron los ojos, no cabeceó el réferi de palomita alimentando suspicacias y despertando sospechas de una contienda teñida de fraude. Podría decir que no lo merecieron porque no se les caía una idea al equipo de los quichicientos mil millones de euros crujientes, pero no creo que eso tampoco sea justo: hicieron lo que pudieron en el trocito que les dejamos hacer. ¿Justo? ¿Injusto? Es difícil de decir. Tampoco creo que un Madridista hubiese sentido justo perder la Champions por un gol y frente a un equipo que cierra el área y para abrirla hay que destriparlo porque se tragó la llave. Sí me pregunto cuánto vale un penal humillante e innecesario a un minuto del final de la prorroga para que el hijo no reconocido de Blatter amplíe su récord y establezca en él una marca insuperable para las futuras generaciones de jugadores hijos mimados de dirigentes mediocres.

Creo que 5 minutos de tiempo adicional es mucho tiempo. Creo que es algo que impacta en lo anímico en un equipo acorralado, mermado y cansado que sabe que no puede contener al gigante mucho más tiempo. Creo que ese gol demolió los cimientos de nuestro ánimo (adentro y afuera de la cancha) y nos enfrentó a nuestra imagen en el espejo. Sin piernas, sin Costa, Sin Turan, sin Filipe Luis, con Juan Fran caminando con las patas del oso del escudo de la camiseta, sin poder pasar la mitad de la cancha, sin nadie que la tenga y duerma el reloj, con la peor versión de Villa y el globo de nuestra confianza perdiendo aire segundo a segundo hasta ese instante en el que Ramos se elevó y cabeceó esa puñalada mortal (a la heroica, con el carácter que sólo él tiene en ese equipo de merengadas desabridas que gesticulan emoción pensando en sus cuentas bancarias).

Ahí mismo lo supe. El Cholo también. Los 11 rojiblancos en cancha, las 30 mil personas del estadio y los miles de corazones que se detuvieron frente a los miles de televisores en el momento en el que entraba esa pelota limpita por el ángulo superior: sabíamos que ese partido estaba perdido. Esperábamos el milagro, para qué mentirles, pero sabíamos que habíamos agotado la cuota de suerte necesaria para ser campeón. Perdimos, lo demás, no importa nada. El marcador exageradamente abultado y la triste imagen de Cristiano sin camiseta, apretando sus músculos depilados como un fisicoculturista de pacotilla, un guerrero de spa, un gladiador de la depilación a la cera, en un festejo anacrónico y desmedido para un gol que no definía nada, regalo de papá FIFA para no incurrir en un berrinche innecesario.

Hoy, domingo, mi corazón atlético no deja de pensar que estuvimos a esto de lograrlo. Que el festejo podría haber sido a unas 20 cuadras de donde terminó siendo. Que por una vez podíamos haber derrotado a dos gigantes en 6 días y llevarnos dos pedazos de cielo con los que alimentarnos por algunas décadas. Hoy, domingo, me desperté con la imagen pastosa de Sergio Ramos elevándose en el aire y la angustia de mi corazón atlético atorándose en el barro. Morimos por la misma arma con la que matamos: con el corazón. Porque de algo estoy seguro: Sergio Ramos es el único que tiene sangre en ese artículo de lujo que es el Real Madrid. Por momentos me da bronca que no sea Atlético. Por momentos me cuesta creer que alguien tan sanguíneo se identifique con un equipo tan descremado. Pensé con envidia en las manos de Casillas, las únicas manos que han levantado todos los trofeos del universo futbolístico, las mismas que manoteaban con desesperación el aire, a mitad de camino, buscando la pelota cabeceada por Godín que llenó de lágrimas aplastadas las camisetas rojiblancas.

Estoy triste, orgulloso y feliz, y no creo que sea necesario extenderme en explicar las razones de todo ello porque hemos hecho algo grande y eso no nos lo quita nadie. Es posible que no tener en nuestras manos el trofeo que premia tanto esfuerzo desplegado haga que la campaña hecha se diluya en el olvido a lo largo del tiempo. Pero no. Somos atléticos, eso del olvido solo pasa en la vereda de enfrente. 

Ayer, con el dolor de la derrota consolidada pensaba en mi corazón. Pensaba en él mientras continuaba sintiendo mi puño apretándolo, incluso ahora que se me resbalaba empapado de desolación. Lo imaginaba latiendo con sus tiras rojas y blancas y pensé: Hay algo de pureza en el blanco que atraviesa nuestro corazón rojo. En cambio, ellos, no tienen una sola gota de rojo en su corazón de nata.

Gracias Cholo. Gracias Jugadores.

¡Aúpa Aleti!